viernes, 4 de enero de 2013

Ya nadie regala espadas por Reyes

Ya nadie regala espadas por Reyes.

Y era un regalo estupendo. ¿Quién no quiere regalar una espada forjada por elfos y quién no quiere tener una sobre la chimenea? Pero ambas, espadas y chimeneas, están cayendo en el olvido. Lo de las chimeneas era de esperar, desde el momento en que Sauron decidió clausurar el Monte del Destino y optar por calefacción de caldera de gas. Pero lo de las espadas es peor, porque a falta de chimeneas, todos sabemos lo mucho que viste tener las espadas en el paragüero a la entrada de casa.


No, lo de no comprar espadas es algo más allá de la desidia: es olvidarnos de la importancia del trabajo artesanal y de su valía.

Ya pocos hacen la broma de "por Reyes, un regalo de reyes". Y lo peor de todo: la caída de la demanda está mandando a la quiebra al sector de la herrería élfica. Ya ni siquiera aparecen con un código CNAE propio en la web del Ministerio de Industria. Una pena. Ya me veo a los últimos elfos haciendo las maletas y tomando un barco para buscar fortuna más allá del mar. Y luego nos lamentaremos del patrimonio intelectual y cultural que dejamos escapar. Nunca aprenderemos.

Aún recuerdo cuando regalé la espada Orcrist a Thorin Escudo de Roble. Era su 195º cumpleaños, y le montamos una fiesta sorpresa, con tres trolls y todo. Qué bien nos lo pasamos, la juerga duró toda la noche. Bueno, los trolls que contraté para amenizar la velada no acabaron muy bien: se alargaron más allá de lo que por contrato estaba estipulado y les pilló el sol del amanecer. Pobres, no eran muy listos. Pero a lo que iba: a Thorin le gustó mucho su regalo, que es lo que cuenta.

Tuve una amiga en las lejanas tierras de Oriente, llamada Shakiko, cuyo padre era herrero. No era elfo, pero no obstante sí un buen artesano armero. Se llamaba Massamune. Y su hija, Shakiko, se enamoró de un egipcio nacionalizado español llamado Juan Ramírez Sánchez Villalobos, que decía ser inmortal, aunque más bien debía tener sangre élfica porque acabó muriendo (estos humanos, qué ínfulas tienen...). Massamune, que se convirtió en su suegro por esos efectos colaterales que tiene que tu hija se case, le hizo a Ramírez una espada especialmente para él. Otro ejemplo de lo buen regalo que es siempre una espada.


Y podría citar tantos y tantos ejemplos históricos (la Tizona del Cid, Excalibur y el Rey Arturo, el sable luz de Anakin Skywalker que Obi-Wan regaló a Luke, hijo de Anakin...) que me extendería más que Frodo con El Señor de los Anillos, y no es plan.

En resumen: regalad espadas. Salvemos el artesanado élfico nacional, ya muy tocado por la crisis. Y una espada es para toda la vida. No como los diamantes. Bah: ¿sabéis decirme el nombre de al menos tres diamantes históricos? Pues eso.

1 comentario:

  1. Nosotros, los maestros del mal, procuramos no tener espadas sobre la chimenea. Tarde o pronto llega un héroe, lo capturas, se escabulle, coge la espada de la chimenea y te apiola.

    Yo tengo unas, pero son de corchopán.

    Y ahora si me disculpáis, tengo que ir a darle unos ajustes a mi Máquina del Día del Juicio Final

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