Todo empezó cuando recibí un mensaje de Légolas preguntándome si le podía acompañar a ver muebles. Dice que los que heredó del chalet de Elrond en Rivendel están ya viejos y medio devorados por la carcoma.
Y puedo asegurar que nunca le había visto tan agitado y fuera de si como le vi tras echar un vistazo al catálogo: los acabados en chapa de abedul, tan claritos como son, lo tenían más loco que a Gollum en Tiffany's.
Y todo pese a esos nombres impronunciables, que parecen salidos de Mordor: Molger, Malm, Poäng, Ställ... No sigo, que aún voy a invocar algún ser de los tiempos antiguos sin querer.
Al principio todo era alegría rayana en lo bucólico-ridículo: Légolas corriendo por los pasillos con su bolsa azul, su papelito de referencias y su lápiz marrón, soltando de vez en cuando tonterías presuntamente ingeniosas:
— Gandalf, ¿te acuerdas de Thorin Escudo de Roble?
— Claro, ¿cómo olvidarle?
— ¡Pues yo quiero ser Légolas Arco de Abedul!
— (Suspiro) Ay, Balrog, ¿por qué no te dejé pasar...?
Pero luego la cosa se lió. Ciertos muebles no estaban disponibles en color abedul y había que volver en un par de semanas, o bien irlos a buscar en otro centro en el extremo opuesto de la Tierra.
Y mientras, la oscuridad de la carcoma avanzaba inexorable, arrasando todo a su paso.
Así que nos embarcamos en una aventura que nos ha tomado varias semanas, corriendo con Sombragris de aquí para allá cargando cajas y acabando hasta el pico del sombrero de tanta bolsa azul y tanto carrito.
Al final, todo esfuerzo tiene su recompensa. Légolas ya ha finalizado la nueva decoración de su hogar, como podéis ver en este rápido retrato que le hice (ojo: estuche de 8 lápices de colores Prydlig, 3,99€, una ganga) aprovechando un domingo por la tarde que estábamos los dos en plan wargo, sin ganas de salir y con ropa de estar por casa.
Aquí no se ve, pero en el hall de entrada hay -cómo no- un paragüero con una espada que le regaló Aragorn cuando Légolas volvió de su beca Erasmus y se independizó. Y colgado en la pared, su viejo arco, que solo usa ya en las ocasiones en que llama a su puerta algún comercial para ofrecerle descuentos de servicios de gas, electricidad o telefonía. Hubiera hecho el dibujo correspondiente, pero se me acabó la punta de los lápices y no tenía a mano un sacapuntas Klappar Nallebarnslig Räv Lakke. Una pena.
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